Publicado en Publimetro Colombia
– Mayo 6 de 2015 –
Un viernes a las dos de la madrugada me llamó una amiga con angustia de cacas, teteros y quejidos. Los tres gatitos que había rescatado del cuarto de basuras el día anterior, de apenas tres semanas de nacidos, maullaban sin parar. Su tremenda fragilidad y necesidad de mamá gata, contrastaba con las, apenas obvias, limitaciones de mi amiga y con su torpeza para dosificar alimento, calor y estimular la digestión de las diminutas panteritas. Aún así, una hora más tarde había logrado alimentarlos, envolverlos en una piel artificial, y con placidez cansada, veía dormir a los pequeños que hoy son tres imponentes felinos de ejemplar belleza, dulzura y robustez. Su tarea de cuidar cachorros urgidos de amor y satisfacer necesidaces vitales, había sido lograda una vez más.
Historias como esta conozco cientos. Las protagonizan hombres y mujeres que han adecuado sus hogares, más o menos modestos, y templado sus corazones para acoger perros y gatos arrancados al maltrato, la crueldad, el abandono, el hambre y la enfermedad. Sus historias son asombrosas aventuras de rescates, esfuerzos económicos y decisiones personales. Y aunque en todas ellas hay rabia y tristeza por la asombrosa capacidad que tienen algunas personas de dañar, la mayoría están tejidas de alegría, satisfacción, ternura, finales felices y una suerte de acrecentado sentimiento de comunión con la vida. Esos son los hogares de paso.
Por estar cerca el día de la madre, quiero hacer un homenaje a quienes ejercen la maternidad más allá de su especie. Una función encomiable que nada tiene que ver con parir, tampoco con el género, y todo con proteger, curar, nutrir, abrigar y templar la vida para que fluya por sí misma. Una función que pasa por atender cuerpos enfermos, doloridos, maltrechos, abusados y desnutridos, pero también por recuperar confianzas, ayudar a levantar miradas, a descubrir el juego, a disfrutar de las caricias, y en suma, a recobrar las ganas de vivir. En ocasiones, es una labor que implica decisiones difíciles, como la de auxiliar a morir, pero que las más de las veces está abrazada por la vida que puja por vivir.
Al final, irremediablemente está el dulceamargo del desprendimiento, la bendición que, más allá de las creencias, se pone sobre el ser amado para que le vaya bien en la vida y sea tratado con respeto y dignidad. Eso sí, con el amparo de un proceso responsable de adopción que pasa por esterilizar y castrar.
Siempre he creido que esos hombres y mujeres que, así sea una sola vez, se dan la oportunidad de ser hogares de paso para perros y gatos rescatados (también los hay para cerdos, gallinas, cabras y otros animales provenientes de crueles industrias) abren la compuerta a una suerte de dimensión donde la vida se hace más austera, donde la calma y el silencio sanan y donde el tiempo de las caricias se vuelve más valioso que el de la productividad. Pero además, donde toma cuerpo una misión.
A todas esas perras y gatas madres, hombres y mujeres ¡feliz día de la maternidad!