Publicada en Publimetro Colombia
– Abril 8 de 2015 –
Siempre será iluminador recordar el legado de maestros que quisieron transformar las cosas a través de las ideas. Carlos Gaviria fue uno de esos hombres que supo entender las dinámicas del cambio social y, en un ejercicio coherente de rigor académico y activismo judicial, hacernos pensar sobre cuestiones que convocan al derecho, a la sociedad y a la moral. Por ello, no sorprende que el debate sobre los derechos de los animales también haya estado en su radar.
En una columna titulada “Los micos del doctor Patarroyo” (El Espectador,12/02/15), a propósito de la controversia generada por el uso de primates para experimentación por parte del científico, el profesor Gaviria cuestiona uno de nuestros más arraigados y destructivos prejuicios: el del singular privilegio de la dignidad humana y su invocación “para someter y abrumar a las demás criaturas, a la manera arbitraria de quienes invocaban el derecho divino de los reyes.”
“¿Por qué se eligen los monos como objetos manipulables (y maltratables) para la investigación? ¿Por qué es malo que el humano sufra pero no lo es o lo es mucho menos que sufra el animal?” son las preguntas que hace el jurista para arrojar luz sobre el imperativo ético de que “nada en el campo moral ni en el político puede ser legitimado por un poder supremo y arbitrario”, a propósito del prejuicio de la supremacía humana.
En cambio, Gaviria trasciende el argumento religioso y sitúa el problema en lo importante, en “lo que sin duda los humanos compartimos con los animales dotados de un sistema neurológico”, que no es otra cosa que “la calidad de seres sensibles y sufrientes”. Un argumento ético propio de quien siempre rechazó el oscurantismo en los asuntos públicos. Pero además, de quien supo reconocer los crecientes consensos de sectores progresistas y civilizados de la sociedad.
Al final, Gaviria envía un mensaje a los jueces que hoy tienen en sus manos la responsabilidad de decidir si le otorgan a Patarroyo la potestad de jugar a ser Dios, así como a los legisladores que tienen en su haber la construcción de nuevas reglas, al tenor de las mentalidades y sensibilidades de los tiempos que corren: “el deber moral de no ocasionar daño y dolor a quien puede padecerlo” es una exigencia “en beneficio de la construcción de sociedades humanas más sensibles y solidarias con todos los seres sufrientes”.
Como es lógico, la cuestión de los derechos de los animales Gaviria se la deja a quienes corresponde afinar conceptos en el campo de la teoría y la técnica jurídica. Ojalá, como él mismo anhela, “interlocutores de espíritu abierto, libres de prejuicios que ofuscan e inhiben la respuesta razonable”.
El legado de Gaviria es su perspectiva refrescante sobre el debate, las preguntas que formula y las certezas que confronta. Un legado para jueces, políticos y académicos en un campo aún en ciernes; pero más importante todavía, un legado para el conjunto de la sociedad que avanza en el propósito de ser más civilizada.