Publicada en Publimetro Colombia
– Septiembre 30 de 2015 –
Hace cuatro años trabajé en un proyecto de justicia restaurativa con niños y adolescentes vinculados al sistema de responsabilidad penal. Una publicación recoge esta experiencia, cuyo eje fue la prestación de servicios a la comunidad como sanción. La mayoría de los muchachos que la vivieron, dijeron haber hallado en la tarea de servir a otros una oportunidad de reconciliación consigo mismos y con la vida. Dejar de pensar en ellos por momentos para ocupar la mente y el corazón en atender necesidades de la comunidad, recibir el agradecimiento sincero de los beneficiados y sentirse parte de algo más grande, son algunos de los elementos que los expertos en justicia restaurativa identifican como factores de éxito de estas apuestas alternativas a la pena privativa de la libertad.
Responsabilidad, reparación y reintegración son las 3R que favorece la justicia restaurativa, a diferencia de la justicia retributiva que aísla, separa, acrecienta el miedo y profundiza el odio.
Hoy el país y cada uno de nosotros se prepara para vivir un proceso histórico que, más allá de la firma de la paz nos pondrá dos grandes retos: el de la justicia y el postconflicto. El primero, en la vía de la justicia transicional y las sanciones alternativas; el segundo, en la de la generación de ofertas e inclusión social. Ambos, pondrán a prueba nuestra capacidad de imaginación y resiliencia como ciudadanos y sociedad.
Uno de los caminos que debería explorar el gobierno nacional en esta apuesta por la justicia restaurativa y el postconflicto, es el del servicio a los animales que denomino: animalismo restaurativo.
Primero, por justicia: los animales también han sido víctimas de nuestra guerra y merecen reparación. Aunque no sepamos si tienen conciencia de que han sido masacrados, violados, traficados, explotados como bombas, usados como detectores de drogas y explosivos, ellos también han padecido el horror, el desarraigo, la muerte y perdido a seres queridos. La categoría de víctima se refiere a la justicia, antes que a la conciencia de victimización.
Segundo, por oportunidad: hay un sinfín de escenarios en los cuales los actores del conflicto podrían servirle a los animales en el campo y las ciudades, a lo largo y ancho del país, y darle materialidad a la promesa del Gobierno de “promover políticas públicas para fomentar, promulgar y difundir los derechos de los animales y la protección animal” (Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018).
Tercero, por la paz: ayudar a los animales es el camino más corto y certero para construir humanidad. Ellos, con su capacidad infinita de amar y aceptarnos tal como somos, sin reproches, juicios ni prejuicios, nos hacen experimentar la humildad, la solidaridad y el perdón –empezando por el que nos debemos a nosotros mismos– y nos reconectan con el presente que es la única posibilidad de mantener la cabeza y el corazón despejados. El pasado es reproche, el futuro incierto.
Poteger a los animales es proteger los cimientos de cualquier sociedad. Tomarlos en cuenta en un proceso de justicia y postconflicto sería un acto de inteligencia, coherencia y cordura que ayudaría a enraizar la paz.