Publicada en Publimetro Colombia
– Enero 31 de 2017 –
Los taurinos han cedido en sus recalcitrantes argumentos de ‘tradición’ y ‘cultura’. Seguramente, por las razones que equiparan su defensa a la de quienes justifican la esclavitud y otras vergonzosas prácticas de la historia de la humanidad. Lo mismo ha ocurrido con el del ‘arte’. Reiterar, como han hecho quienes saben, que el arte es representación, jamás tortura y muerte de un ser sentiente, ha derrotado el despropósito de apelar al vocablo para calificar la masacre.
En lo que sí persisten los más obtusos, al mejor estilo cartesiano y negacionista de la evolución, es en que el toro no siente. Afirman que por una suerte de milagro creacionista la anatomía del toro es distinta a la de los demás mamíferos y que sus endorfinas super poderosas convierten la agonía en placer. Sin embargo, cada vez que lo dicen se sonrojan.
El argumento que ahora está de moda es un poco más recursivo. Al menos, nos evita explicar que también somos primates. Alegan que si se acaba ‘la fiesta’ se acaban los toros y, entonces, que la conservación de la raza es una razón ética válida y suficiente para masacrar a sus individuos. Un argumento propio del extraño mundo parataurino de seres insensibles (los toros) y ritos vetustos de jerarcas criollos en el siglo XXI.
Lo primero que hay que decir es que los toros de lidia no existen porque existan las corridas. Son las corridas las que existen porque existen los toros. Desde el siglo XIV los ganaderos han intentado erradicar el carácter bravo de los toros criados por su carne, seleccionando a los más mansos. Fueron los interesados en explotar comercialmente este carácter, quienes empezaron a cruzar razas para acentuar ‘la bravura’. Por lo tanto, los toros preexisten a las corridas.
Segundo, no se puede extinguir lo que no existe. Los toros de lidia son animales mestizos, resultado de cruces de diversos tipos de bos taurus que no pertenecen a ninguna raza determinada. Evidencia de ello es que no muestran caracteres morfolóficos fijos y específicos; al contrario, varían significativamente entre ganaderías. Además, el rasgo comportamental de ‘la bravura’ no se transmite invariablemente entre generaciones. De otro modo, no devolverían toros por ‘mansos’, ni serían habituales las tientas. Según la Guía de campo de las razas autóctonas españolas (1990) “El ganado de lidia constituye en España una heterogénea población bovina a la que es bastante dudoso integrar dentro de raza”.
Tercero, según el gobierno español, de 275.748 toros de lidia registrados 15.000 se utilizan anualmente en festejos taurinos. Es decir que más del 80 por ciento de los toros existe gracias a otras actividades. Por supuesto, no tan rentables como el toreo.
Finalmente, la ética. Suponiendo que el argumento taurino fuera cierto ¿sería moralmente aceptable matar deliveradamente individuos en beneficio de su especie? Absolutamente no. Una cosa es sacrificar intereses en beneficio del bien común. Otra, muy distinta, mantener una especie con el único fin de torturar a sus individuos.
El argumento extincionista de los taurinos tiene todo de falaz. La única extinción que les quita el sueño es la del negocio y su escenario social. De lo contrario, se habrían movilizado por el inminente peligro de extinción y el peligro moderado de desaparición del 32 y el 38 por ciento de las razas bovinas autóctonas españolas.